Noche de Reyes. Unos niños no pueden dormir; han dejado sus zapatos en el salón, esperando que los Magos se los colmen de regalos. Cuando, impacientes, saltan de sus camas y acuden a comprobarlo, ven con desilusión que sus Majestades todavía no han llegado. Para entretener la espera, Soleá -así se llama la mayor- dice que les va a contar un cuento que, a ella, le contaba su abuela Farruca, a quien, a su vez, se lo contó su padre El Farruco.
Soleá les cuenta una historia de hace mucho tiempo, que comienza cuando una familia -que se ganaba la vida vendiendo canastos de mimbre- tiene que pasar la Nochebuena en medio del campo, a la intemperie, pues no les daba tiempo de volver a su casa, porque ya había caído la noche. Y les cuenta cómo esa buena familia quiso celebrar el nacimiento de Jesús, cantando y bailando, a pesar del frío y del cansancio del camino.
Y les sigue contando que, cuando a la mañana siguiente aquella buena gente se despertó, descubrieron que los canastos de mimbre habían desaparecido. En su lugar, solo encontraron dos extrañas botas rojas. Todo un disgusto para la familia; pero, ¿qué significaba todo aquello? ¿Era una broma del destino? Ellos vivían de vender canastos, ¿para qué querían unas botas rojas?
Uno de ellos, que tenía los zapatos rotos, se acercó y se las puso, así, al menos, tendría unas botas nuevas, pensó. Pero cuál no sería su sorpresa cuando, de pronto, aquellas botas comenzaron a moverse por sí mismas. ¡Empezaron a bailar! A bailar una danza nueva, desconocida hasta entonces…